¿Te gusta el misterio? Entonces tienes que conocer la historia detrás de un lugar ubicado en Chiapas que se conoce como la cueva de Mactumatzá.
La cueva de Mactumatzá es un importante sitio arqueológico ubicado en el estado de Chiapas, México.
Esta cueva se encuentra cerca de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, la capital del estado, y ha sido objeto de interés tanto para los arqueólogos como para los espeleólogos debido a su rica historia y las evidencias culturales que contiene.
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El origen de su denominación emana de la lengua zoque, traduciéndose como el “monte acuático”, en honor a la opulencia del elemento líquido que se oculta en su interior.
La prestigiosa reputación de este enigmático rincón encuentra su raíz en una cautivadora fábula que cobra vida en la Semana Santa de la región.
Mactumatzá es una cueva con una entrada bastante grande que se adentra en la montaña. Se cree que ha sido utilizada por diversas culturas a lo largo de la historia.
A raíz de ello, existe una leyenda que da sentido a su valor.
Leyenda de la cueva de Mactumatzá
Cuenta la tradición que en lo alto de este monte yace escondida una gruta mágica, velada durante todo el año por un muro de roca sólida.
Sin embargo, en cada jueves santo, el velo se descorre y concede acceso a aquellos curiosos dispuestos a explorar sus secretos.
Los relatos locales narran que un individuo ingresó en una de estas jornadas especiales, emergiendo más tarde para relatar un asombroso descubrimiento: el interior de la caverna se hallaba repleto de manjares, y en su interior vivían personas de gran amabilidad que acogían con hospitalidad a sus visitantes.
Mas aquellos que anhelan cruzar el umbral pueden disfrutar libremente de las viandas ofrecidas con una única condición: no se permite sacar nada fuera de los confines de la gruta, bajo la amenaza de quedar atrapado allí eternamente.
Poco antes de que el reloj marque la medianoche, los forasteros deben abandonar el refugio subterráneo, pues en ese preciso instante la entrada se sella hasta el próximo jueves santo.
La montaña ostenta en su cúspide una cruz blanca, erigida por la creencia de que la formación natural poseía el poder de un volcán acuático, listo para desbordarse en cualquier instante.
La cruz funge como guardiana, resguardando a la población de las crecidas y de las presencias sobrenaturales que acechan en sus alrededores.
El jueves santo y la cruz blanca, arraigados en la religión católica, se han entremezclado en el tejido cultural de los habitantes de la región, metamorfoseándose en sintonía con las mutaciones de su entorno circundante.